jueves, 1 de septiembre de 2011

No sé en qué momento perdí la cabeza para volver a encontrarla apoyada en tu cuerpo. Y oírte latir a velocidades extracorpóreas, como si en escucharlas me fuera la vida. También latirte yo, arrítmicamente y con desorden, y el desdén de nunca poder estar a tu altura. Momentos de ser el cordón umbilical del mundo y momentos de creer de corazón que la vida es la peor parte de la eternidad.

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