
Me empeñé con esas ganas dementes en ver esos socavones, en saltarlos, esquivarlos, en ir a la acera de enfrente. Me obligué a no caer, a no despegar del suelo ninguno de mis dos pies; y lo hice... tropecé. ¿Sabes lo peor de todo? Que sé que lo volvería a hacer, pero no sólo una vez, sino una y otra y otra vez...
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